Según las manifestaciones de Lorber, en los tiempos finales habrá
también «una carestía desmesurada». (Gr VIII 185, 3). Desde hace bastantes
años, existe en Europa y en otras partes del mundo, una depreciación monetaria permanente. No ha podido ser parada, sino que se ha convertido
en un estado permanente en todos los países, con diferente gravedad.
Actualmente se ve que muchos países, cegados por el bienestar, han
vivido durante años por encima de sus posibilidades. En casi todos los países
aumentaron más los sueldos que la producción. Mientras en el período del
1913 al 1935, el producto nacional en el Deutsche Reich subió en un doce
por ciento, los sueldos reales se cuatriplicaron desde el 1950, en la República Federal Alemana. La parte proporcional de los ingresos brutos derivados
del trabajo empresarial y del capital, se reduce continuamente desde 1960,
cifrándose ésta en el 39,4% en 1960; en el 33,3% en 1970 y en 1973, solamente en el 30,1 % .
Marion Gräfin Dönhoff escribe en el periódico Die Zeit, «que el aumento
rápido de los sueldos que ha tenido lugar por todas partes en diferentes
grados, solamente ha sido posible gracias a una inflación continua y esto
hay que verlo claramente».
Hans Roeper manifiesta en FAZ: «El estado, los sindicatos, los
empresarios y los consumidores, todos han contribuido a exigir demasiado de la
economía nacional, así que finalmente cedió en su punto más flojo, el poder
adquisitivo del dinero».
La consecuencia era la subida de los precios y pronto peligraron los
puestos de trabajo. La inflación siempre provoca el paro, y no falta mucho para
que se llegue a la situación tan temida de la stagflación, es decir, la inflación y el paro al mismo tiempo.
En medio de la coyuntura boyante, llegó el desencanto. La razón última
de esta evolución es la falta de moderación. Jakob Lorber resume los hechos en una frase corta: «Son los hombres industriales y sus necesidades
que nunca serán saciadas». (GS II 125, 5).
Un profeta explica claramente su opinión, contrario a los políticos. No
cabe duda: A la inflación monetaria precedió una inflación de exigencias.
Alcanzar el máximo bienestar no es -como lo acentúa repetidas veces la
Nueva Revelación- el fin primordial del hombre en la tierra. En
el fondo se trata de un problema moral, de difícil solución con medidas
externas.
Jakob Lorber predijo también, que «muchas manos de los hombres
quedarán sin trabajo», en un tiempo cuando «los hombres hayan alcanzado
una gran destreza y perfección y habrán construido muchas máquinas que
hacen los trabajos como los hombres vivos o como los animales». (Gr V
108, 1).
Este tiempo de las máquinas automáticas, los microprogramadores y las
computadoras ha llegado. Ya se ha convertido en realidad la profecía de
Lorber del progreso técnico acelerado y el gran paro de mano de obra que
éste conlleva. En las empresas avanzan los robots, aunque el progreso ya
no es tan vertiginoso como en la racionalización de las oficinas. Los productores japoneses ya ofrecen la nueva generación de computadoras; más
pequeñas y a precios más reducidos, a las cuales, los fabricantes europeos
no pueden igualar.
Friedrich Georg Jünger supuso hace medio siglo, con gran intuición
adonde nos llevaría este camino, cuando escribió en su libro La perfección de la
técnica -libro que fue duramente atacado por los tecnócratas-: «La fuerza
arrolladora que empuja hacia la racionalización técnica, indica que nos
estamos acercando hacia un fin, el estadio final de la técnica». La aceleración dramática del cambio tecnológico no se puede detener, ya que aquel
que se retrasa en comparación a los demás pueblos, se arriesga a perder
los mercados. «El microordenador» es el «coco» en las empresas. Desde
su comienzo en el año 1960, la industria ha logrado almacenar millones
de informaciones en un minúsculo trocito de silicona (chip). El microordenador se introduce a gran escala en todos los ámbitos por su bajo precio.
El progreso vertiginoso se debe a la evolución de la electrónica. Los
expertos opinan que los microordenadores van a revolucionar todo el mundo del
trabajo.
En la Comunidad Económica Europea aumentó el número de parados
de dos millones seiscientos mil en el año 1973, a doce millones en marzo
de 1983. Los expertos suponen que lo que calculó la administración Reagan
sea cierto, y que dentro de los próximos años el número de parados en USA
alcanzará los veinte millones.
En la República Federal de Alemania, continuamente máquinas, robots
y microordenadores reemplazan mano de obra, debido al progreso técnico.
Esta situación se agrava por la disminución en el consumo debido al retroceso en el número de habitantes. Mientras en los años hasta 1960, nacieron
anualmente un millón de niños, en los años siguientes solamente nacieron
medio millón (sin contar los hijos de los inmigrantes extranjeros). Muy
acertadamente escribe el Dr. Jürgen Eick, coeditor de la Frankfurter A!lgemeine
Zeitung: «Si un gobierno quiere asegurar la red social y al mismo
tiempo el empleo general, no le saldrán las cuentas por no haber tenido
en cuenta la disminución de la población».
Casi todos los gobiernos de los países industrializados han intentado
frenar el paro en base a ayudas estatales a la industria. Pero lo lograron
únicamente en parte y por unos cuantos años, cargando con unas enormes deudas que nunca más podrán ser reducidas del todo. En el año 1981 llegó
la hora de la verdad, y las masas se dieron cuenta de que se había vivido
más allá de las posibilidades. De repente se vieron las consecuencias.
Ya en el año 1977, tanto los institutos de ciencias económicas como los
expertos de los sindicatos, pronosticaron que el número de parados alcanzaría hacia el año 1985 los dos millones y medio en la República Federal.
Este número se alcanzó tres años antes. En el 1982 el Instituto de Investigación del Mercado Laboral, dependiente del Ministerios de Trabajo en
Nuremberg, llegó a la conclusión, que tomando en cuenta el bajo crecimiento
económico, el número de parados podría aumentar a cuatro millones en
los años próximos.
En los países subdesarrollados, el paro ya alcanzó un nivel muy
elevado, debido a la explosión demográfica y la situación se va agravando. La
Organización Mundial del Trabajo (ILO) calcula que en veinte años unos
setecientos cincuenta millones de hombres en la tierra estarán sin trabajo.
Cómo procurar trabajo parece un problema sin solución. Ya se puede preveer la cadena causal: falta de ingresos, falta de alimentos y viviendas: en
total: hambre, miseria y desesperación. De la desesperación debida a la miseria y la falta de salida, puede surgir un odio profundo, y luego unas
fuerzas irracionales pueden provocar hechos horribles con su poder explosivo.
Pocos se imaginan ahora lo que puede ocurrir en las naciones industrializadas.
Si se hubiesen publicado las profecías de Lorber con respecto al aumento del paro -hoy ya hecho penoso entre millones de hombres, mientras
otros ven con preocupación la posible pérdida de su puesto de trabajo en
un futuro próximo-, durante los años sesenta, toda su profecía se habría
considerado increíble y falsa. En aquel entonces, los gobernantes y el pueblo consideraron la buena coyuntura económica y el crecimiento continuo,
como una situación perdurable. Se invitaron a millones de obreros extranjeros con sus familias a trabajar en Alemania. Nadie pensó en los problemas
que esto acarrearía. Hoy vemos claramente que las manifestaciones proféticas que Lorber apuntó según la Voz interior, se están realizando, en contra
de lo que se esperaba.