Con el permiso de © Kurt Eggenstein: 'El Profeta Lorber anuncia las catástrofes venideras y la autentica cristiandad

Kurt Eggenstein

El infierno según la enseñanza de la Iglesia y la Nueva Revelación


   Muchos partidarios de la «nueva teología» rechazan la existencia del infierno. No obstante, el infierno existe. La Nueva Revelación no deja lugar a duda. Pero también es indudable esto: «No existe la condena eterna».
   Antes de citar las explicaciones de la Nueva Revelación, expondremos la enseñanza de la Iglesia acerca del tema del infierno y sus diversos modos promulgados en el correr del tiempo. El mayor exegeta bíblico de la Iglesia Católica, Orígenes (hacia 250 d.C) mantuvo la opinión de que Dios acogería las almas de todos los hombres en su reino, después de un largo período de tiempo. El «hijo perdido» -que representa la humanidad entera- volvería al final del mundo material a la casa paterna. Esta doctrina, llamada la apocatástasis, es confirmada por la Nueva Revelación, pero en el siglo vi (Dez. 211, 429, 531) fue rechazada por la Iglesia. En lugar de la reconciliación de la humanidad con Dios, se introdujo la condenación eterna, que hasta aquel momento no formaba parte del patrimonio doctrinal de la Iglesia. Este hecho se confirma en la obra estándar de la Iglesia Católica,
   El Diccionario para la teología y la Iglesia, tomo V, año 1959, pág. 446. Literalmente podemos leer: «Como punto final a largas luchas en el año 543 se afirma en C 9 de los cánones adv. Orígenes que las penas del infierno son de eterna duración». (Denz. 211). Bajo Justiniano se dio la estocada final a la doctrina de la apocatástasis ( = la doctrina de Orígenes que anuncia la misericordia) con la eliminación total del origenismo (pág. 447). Justiniano no era ni siquiera un papa sino un emperador romano muy déspota del siglo III. Él hizo encarcelar al papa y luego dispuso cómo debía ser la doctrina de la Iglesia Católica.
   ¿Acaso se afirma en la Sagrada Escritura la doctrina de la condena eterna? No, de ningún modo. En la cita donde en el texto traducido se lee la palabra «eterna» en el Evangelio, el texto original griego dice «aiónios». Esta palabra se puede interpretar de diferente modo, pero no necesariamente como «eterno». En el diccionario de las expresiones del Nuevo Testamento del año 1971, tomo II, 1459, se da para la expresión «aiónios» la siguiente interpretación: «largo tiempo, duración de tiempo, con lo que se puede indicar tanto un tiempo exactamente limitado como un tiempo indeterminado...». La interpretación que se da a la palabra griega «aiónios» es, pues, solamente cuestión de la casuística o depende de la influencia de determinados grupos poderosos detrás de los teólogos. De hecho, en el correr del tiempo, dentro de la historia de la Iglesia se originaron diferentes doctrinas radicales o más benignas. En el Diccionario católico para la teología y la Iglesia, tomo V, página 446, se dice, que la limitación de las penas del infierno se había considerado «posible» por primera vez por Clemente de Alexandría (muerto anterior al año 215). Según la citada fuente también expresaron opiniones parecidas Orígenes, Jerónimo, Cipriano (Ep. 55, 20), Hilario (Ps 57, 7), Ambrosio (Ps 36, 36) Gregorio de Nissa, Didimo, Dioduro de Mopsuetia.»
   El doctor de la Iglesia, san Jerónimo (muerto en 420) que fue el secretario del papa Dámaso, escribió en su comentario del profeta Jesaia, que los condenados, con el tiempo participarían de copiosas consolaciones, pero que esto se debería mantener en secreto, para que los fieles por temor a los castigos eternos del infierno no pecasen (Is. 14, 2). Este motivo pedagógico seguramente es una de las razones por las cuales el ambiente eclesial se opondría a la doctrina de Orígenes de la apocatástasis, condenándola. También Pedro Crisólogo, el obispo de Rávena (muerto en 450) estaba convencido -junto con otros obispos- que las penas de infierno no durarían eternamente. En su escrito: Acerca del hombre rico y del pobre Lázaro dice: «Los condenados al infierno nunca encontrarían la paz de los santos si no fuese porque han sido redimidos por la misericordia de Cristo y liberados del lugar de la desesperación por la intercesión de los fieles, de modo que lo que les fuese impuesto como condena luego se les es dispensado por la Iglesia (la plegaria de los fieles) y conmutado por la misericordia.
   Pero la ini7uencia funesta del padre de la Iglesia, Agostin adquirió cada vez más fuerza. En su Pequeño Manual (29, 111), él decide que las penas del infierno serían eternas. De este modo la doctrina de la apocatástasis quedó rechazada definitivamente bajo el punto de vista teológico.
   Según la enseñanza de Agostin, incluso todos los niños del mundo que morían sin haber recibido el bautismo -lo que en aquel tiempo eran casi todos- estarían expuestos a los sufrimientos eternos del infierno ya que, según su opinión, Dios había creado casi la totalidad de la humanidad para sufrir las penas del infierno. Esta opinión de Agostin fue confirmada por el Concilio de Florencia (1438-1445). El Concilio determinó que «fuera de la Iglesia Católica, nadie, ni pagano ni judio, hereje, musulmán o un separado de la unidad de la Iglesia, participaría de la vida eterna, más bien caería al fuego eterno». (Denz. 714).
   Bajo la presión de la opinión mundial, los obispos del Concilio Vaticano II de los años sesenta de nuestro siglo, se vieron obligados a distanciarse de esta doctrina absurda.
   La doctrina de Agostin que afirmaba la condenación de los niños que morían sin haber recibido el bautismo, era tan absurda que hubo de suprimirse pronto. Ya había llevado a la desesperación algunas madres de su diócesis. Hoy se enseña que los niños muertos sin bautizar van al «limbo», una especie de «ante-infierno» donde no sufrirán penas, pero que tampoco alcanzan la gloria en el Cielo (Denz. 410, 464, 693, 791).
   Pero de la Nueva Revelación podemos entender que la Sabiduría de Dios toma una visión totalmente diferente que los auto-proclamados vigilantes de la fe con sus opiniones siempre cambiantes.
   La Iglesia Católica todavía mantiene la doctrina de las penas eternas del infierno, que promulgó ya en la Edad Media el papa Inocencio IV (Denz. 546, 211, 429, 531). Antes del Concilio Vaticano II en la literatura aprobada oficialmente por la Iglesia con el «imprimatur» se podían leer las justificaciones más disparatadas para esta doctrina. Por ejemplo, Josef Staudinger (1950) escribió que «una gratificación o un castigo de tiempo limitado no tendrían efectividad. Por lo tanto, las sanciones divinas deben abarcar la eternidad».
   Aquí volvemos a encontrar el concepto pedagógico del padre de la Iglesia Jerónimo, en que se debía amonestar a los fieles con castigos eternos para que tuvieran temor de pecar. Pero justamente esta opinión es rechazada de pleno por el Señor en la Nueva Revelación. (Gr VI 2r43, 3). Staudinger continúa en su escrito, llegando a unos extremos increíbles en sus imaginaciones, pero sin embargo aprobadas por la Iglesia oficial: «Si, incluso el amor y la misericordia exigen -aunque parezca extraño- el infierno eterno». «Ni siquiera podemos imaginar el fuego devorador del Odio Divino. »
   Autores católicos no repararon en pervertir las características de Dios y hacen prevalecer el «odio» sobre el «amor», que es la esencia primordial de Dios. Según Staudinger aquel que ponga más alto el amor, la bondad, y misericordia de Dios, en vez de temer su «odio», su «ira» y en consecuencia no teme las penas eternas del infierno, se condena a si mismo a aquel infierno eterno.
   Una Iglesia que destruye de tal modo la imagen de Dios, ¿puede esperar que los hombres crean en sus enseñanzas? Los hombres de la Iglesia buscan por todos lados las razones de la decadencia de la Iglesia, pero no buscan dentro de si mismos. Podemos estar de acuerdo con las palabras del obispo evangélico Schjelderups cuando habló a un pastor fanático: «soy feliz al pensar que el Día del Juicio Final no seré juzgado por los teólogos y los príncipes de la Iglesia, sino por el Hijo del Hombre. Y no dudo que su Amor Divino y Su Misericordia serán más grandes que lo que se expresa en la doctrina de la pena eterna en el infierno». «Para mí, esta doctrina de los castigos de pena eterna no forma parte de la religión del amor.» Las expresiones «largo tiempo» o «duración de tiempo» (ver página 157), corresponden exactamente a lo que la Nueva Revelación explica, refiriéndose a este problema. Primeramente en la Nueva Revelación se diferencia entre la duración, o sea la existencia del infierno en sí y luego en el tiempo que duran los castigos del infierno para los condenados individuales. ¿No son dos cosas diferentes la «prisión» y el «prisionero»? se puede leer en el libro de Lorber Del Infierno al Cielo tomo II, página 226, 11:
   «El infierno existirá hasta el fin de los tiempos, o sea hasta que sea disuelto el cosmos entero, pero los condenados pueden salir de su prisión una vez hayan reconocido lo malvado y lo negativo de sus actos y comenzado a cambiar».
   En el Diccionario para la teología y !a Iglesia 2, III, 195, se afirma que el infierno es un lugar en el cual arde un fuego material, tal como lo habían promulgado anteriores papas. Esta doctrina se basa en la febril fantasta de Agostin, quien creía que el infierno es un fuego material que torturaría los cuerpos de los condenados (Sobre el estado de Dios, texto de los Padres de la Iglesia, tomo 4, página 563). Aun en el año 1950, Staudinger escribe siguiendo esta línea: «es indudable que el infierno se encuentra en un cierto lugar» y «el fuego del infierno hay que pensarlo como un verdadero y real fuego». Los teólogos de entonces afirmaban saberlo todo muy precisamente y de este modo Staudinger habla: «de un chispear y Ilamear del fuego y gritos de los condenados».
   Esto sigue el estilo de los monjes que predicaban en las llamadas misiones del pueblo durante los años treinta de nuestro siglo y asustaron a los fieles de buena fe. Desde el último concilio, sin embargo, en los diccionarios teológicos de la Iglesia Católica y en escritos se puede leer que el infierno no es un lugar, sino una condición, al igual cómo lo explica la Nueva Revelación escrita hace años: «No hay ningún lugar que se llame cielo o infierno, en cambio cada hombre lo es todo dentro de sí mismo, y nadie llegará a otro cielo o a otro infierno, sino a aquél en el cual se encuentra». (GS II 118, 12). «No existe en ninguna parte un cielo creado especialmente ni un infierno creado especialmente, sino que todo viene desde el corazón del hombre, y así cada hombre se crea su propio cielo o su propio infierno desde su corazón según lo bueno o lo malo...» (Gr I1, 8, 7).
   «El mundo de los espíritus no tiene nada que ver con el lugar y el tiempo de este mundo material, juzgado y atado, pero el espacio como envolvimiento exterior, finalmente, es el portador de todos los cielos y de todos los mundos espirituales, que no podrían existir fuera del espacio creado infinito. De este modo y para que lo podáis comprender debe haber ciertos espacios en los cuales residen los espíritus como si fuesen lugares, aunque a un espíritu completo no le importa en absoluto un lugar en el espacio, tampoco como a este Monte de los Olivos le importa como tú te imaginas Roma o Atenas. Para el espíritu, en este sentido no existe ni un lugar definido ni un tiempo delimitado.» (Gr VIII 33, 2).
   Tampoco existe un fuego material en el infierno. El «fuego inextinguible» es una manifestación aparente según enseña la Nueva Revelación. En detalle se explica de la siguiente manera: «La diferencia entre la gloria y la condenación es la siguiente: en la gloria el alma es un complemento al espíritu y éste asume el verdadero ser. En cambio, en la condenación el alma quiere expulsar al espíritu y acoger a otro en su lugar, es decir, a Satanás». «De esto resulta una reacción. Ésta es para el alma el sufrimiento más doloroso y sufre las penas que se manifiestan aparentemente como fuego inextinguible. Es el gusanillo dentro del alma que no muere y cuyo fuego no se apaga.» (EM, pág. 166).
   ¡Qué profundas visiones nos ofrece la Nueva Revelación, en comparación con las enseñanzas de la Iglesia! En el último Concilio, el obispo belga, Charne, tenia el valor de pronunciar claramente los hechos hoy reconocidos: «La doctrina tradicional de un cielo y un infierno ha sido superada». En tiempos venideros muchas otras enseñanzas se demostrarán superadas por falsas e insostenibles, a pesar de las represiones por parte de la Iglesia oficial. Los hombres de la Iglesia, como se demuestra cada vez más claramente, pretendieron erróneamente una autoridad divina. Esto ha llevado a consecuencias ineludibles.
   En todos los tiempos hubo personas de buena fe, incapaces de creer en un Dios vengador. El profesor de la Iglesia, Jerónimo, en el siglo v, escribió: «En el tiempo de la reparación universal, el verdadero médico, Jesucristo, vendrá para curar el cuerpo de la Iglesia hoy día destrozado y dividido. Entonces cada uno tomará otra vez su lugar y volverá a lo que era originalmente» (comentario a la epístola a los Efesios, 16). También Lutero tenia la convicción: «El infierno no sería infierno si desde este lugar se invocara a Dios».
   En el año 1955, un escritor católico muy conocido, Papini, suscitó un gran revuelo con su libro El Diablo. Él constata que la interpretación de las palabras del «fuego eterno» de san Mateo 25, 41, ha sido dada demasiado a la ligera y ha sido creída muy fácilmente.
   Papini lo justifica como sigue: «En realidad la palabra "aiónios" tiene el significado de "siempre", o sea de algo duradero dentro del tiempo».
   De esto se puede deducir que aquí la palabra se refiere -y esto se ve confirmado por otra interpretación más antigua- a la duración de la vida del hombre, pero en ningún caso es una aceptación en sentido absoluto y metafísico de la eternidad, es decir, de una eternidad que per definitionem es sin tiempo. «El fuego, por consiguiente, arderá mientras exista lo que san Pablo llama "la figura de este mundo", es decir, el fuego arderá mientras exista la realidad presente.» «El infierno tiene una duración perpetua, pero en el sentido estrictamente temporal-terrenal, o sea en un plano inferior y que es muy distinto de la eternidad.»
   Hay que fijarse hasta qué punto la interpretación de Giovanni Papini coincide con las palabras de Jakob Lorber, lo que se ve en las citas de la Nueva Revelación que siguen.
   Numerosos teólogos protestantes de nuestro tiempo aceptan la doctrina de la apocatástasis, entre ellos P. Althaus, E. Brunner, Karl Barth (KD 1).
   La Nueva Revelación enseña que el núcleo del mensaje de Jesús es el anuncio del amor infinito de Dios hacia sus creaturas y que Él es misericordioso con el hombre también en el Más Allá, incluso en el infierno, con tal de que el condenado reconozca su maldad y demuestre la intención de mejorar. Esta doctrina auténtica prevalecerá sobre aquella tan cruel de la Institución que se ha apartado del espíritu del Evangelio.

Citas de la Nueva Revelación referente al infierno

   ¡Que nadie de vosotros piense que Yo en algún tiempo haya creado un infierno! Tampoco debéis pensar que el infierno sea un lugar de eterno castigo para los malhechores de esta tierra. Se ha ido formando de tantas almas de hombres que renegaron la divina doctrina y en su vida terrenal, sólo hicieron lo que les era grato, siguiendo sus apetitos carnales y su extrema sensualidad. Los hombres muy ligados a lo mundano que no creen en ningún Dios, a pesar de esto disfrutan de una vida larga y buena salud, e incluso al final tienen una muerte fácil y sin excesivos dolores, éstos ya han recibido su recompensa en esta vida y muy difícilmente pueden esperar algo en el Más Allá. En compañía de tales almas predominará la oscuridad extrema y entre ellas se oirán llantos y rechinar de dientes. (Gr VIII 16, 13).
   Las almas de los pervertidos serán disueltas en su mayor parte en sus átomos originales substanciales psico-etéreos y luego el alma, después de la corrupción de la carne, queda reducida a su tipo-base parecido a un esqueleto animal, desprovisto de luz y sin apenas vida, no pareciéndose ya a un verdadero ser humano. Un alma de esta condición resulta ser lo que los patriarcas con su visión espiritual muy desarrollada llegaron a llamar She oul a (que significa «infierno» o «sed de vida»), dando una definición muy acertada. «Esto es la muerte del alma, que se habría de convertir en un espíritu.» Mucho tiempo, de una duración inimaginable para los humanos, habrá de transcurrir hasta que un alma de esta condición, que había estado tan sumergido en la materia, pueda volver a convertirse en algo parecido a un ser humano. Y más tiempo todavía, hasta que desde este ser se desarrolle un auténtico ser humano.»
   Denominar «muerte» a una condición tan contraria al verdadero orden de Dios, es comprensible y se ajusta a la verdad. En otro lugar de la Nueva Revelación se indica que «la muerte eterna» del alma no debe entenderse como un aniquilamiento total, como lo predican algunas sectas, por ejemplo, «los Testigos de Jehová».
   El «infierno» está en todas partes donde se desprecia a Dios y todo lo bueno; entre los mentirosos, estafadores, ladrones, asesinos, avaros y usurpadores, fornicadores y adúlteros. En el «infierno» cada uno quiere ser el primero, el más alto, el soberano con todo el poder y toda la influencia, y los demás se le habrán de someter, obedecer y trabajar por un mísero sueldo. ¡Cómo debe ser la convivencia de esta multitud enorme de espíritus llenos de egoísmo y soberbia desmesurada!
   Hay que tener en cuenta, sin embargo, que son completamente libres y que ninguna ley les obliga, y cada cual puede hacer lo que le plazca. Si te lo imaginas en toda su consecuencia, verás una anarquía que no existe en ninguna parte de la tierra.» (Gr VI 238, 2).
   Refiriéndose a la consecuencia del ansia de poder de Lucifer, leemos en la Nueva Revelación un aviso de carácter profético, que ya se ha cumplido en nuestro tiempo. Las siguientes líneas fueron escritas en la mitad del siglo xix. Se han cumplido los presagios en los años treinta y cuarenta de nuestro siglo. Se comprende fácilmente lo que se quiere expresar: «Dejad que el usurpador asuma el poder, y él será capaz de proteger pueblos y combatir a los enemigos». Si, esto es posible. ¿Pero quién le indicará los límites hasta dónde puede perseguir sus planes despóticos? ¿Qué hará con los hombres que no quieren someterse? Mirad, los hará maltratar del modo más cruel y la vida del hombre no le impotará más que una brizna de hierba que se pisotea. ¿Cómo debe ser un hombre de tal género? ¡Mirad, éste es un verdadero Satanás! Desde luego, tiene que haber reyes y gobernantes, pero comprended, para este puesto deben ser llamados y elegidos por Dios.
   Pero, ¡ay de los otros que dejan su. hogar para conseguir el poder por cualquier medio! ¡Mejor les valdría no haber nacido jamás! (Gr II 9, 9-10).
   Al igual cómo una persona buena se perfeccionará aún más, así una persona mala se vuelve cada vez peor y se alejará del buen camino progresivamente, como se ha demostrado claramente en este mundo. Mirad a los hombres cuya soberbia les hace aspirar a más poder y dominio sobre los demás. Cuando por medio de su tiranía han llevado a millones de hombres a la esclavitud, aún acumulan más y mayores ejércitos para invadir los países de otros reyes, que conquistan, quitándoles sus tierras, sus tesoros y su población. Una vez hayan conquistado de esta forma medio mundo y hecho desgraciados a millones de hombres, ellos mismos se creen ser iguales a Dios...»
   ... ¡pero hay un limite fijado a la maldad! Y entonces se dirá: ¡Hasta aquí, y ni un paso más! A esto sigue el gran juicio, para que los malhechores recapaciten y quizás alguno de ellos vuelva al buen camino. Por la pasión del orgullo, el alma se vuelve áspera como el lugar más árido en la arena caliente del desierto, donde no crece ni una plantita de musgo y cuanto menos alguna planta más jugosa y bendita. Así le pasará al alma de un ser soberbio. Ésta se hunde cada vez más profundamente en un fuego devastador. De sus ojos se desprenden centellas de odio, y el fin inevitable es: la venganza más terrible al vil ofensor. En consecuencia, estallará una terrible guerra devastadora, en la que miles de centenares de hombres se dejarán destrozar por culpa de su soberano orgulloso e insolente. También un rey de este tipo tiene alma, ¿pero cómo será esta alma? Te lo voy a decir: Es peor que el lugar más ardiente en los desiertos de África. «... pero los dictadores me verán en una vestidura completamente distinta a la que vosotros conocéis!» Por esto os digo: guardaos sobre todo de la soberbia porque no hay nada que destruya tanto el alma como la soberbia, el vicio del orgullo. (Gr VI 82, 7).
   ¿Cómo puede guardarse un hombre de este terrible vicio, ya que dentro del alma hay el germen (de la parte luciférica), que a veces incluso en los niños puede llegar a ser considerable? Sólo es posible a base de modestia. Y por esto en la tierra hay más pobreza que abundancia y bienestar, para de este modo mantener a raya la soberbia humana.
   Cada uno se guarde de una ambición demasiado exagerada, que es el padre de la envidia, y el mismo egoísmo y, finalmente, cuando encuentre suficiente alimento para la soberbia mayor que tiene su origen en el infierno (Gr VI 236, 12).
   En un diablo todo es malo. Es básico y fundamental. Si un diablo fuese capaz de un arrepentimiento desde su interior, no sería un diablo ni estaría en el infierno. Por tanto, un diablo no puede mejorar nunca desde sí mismo, pero si es posible una evolución hacia lo bueno a través de influencias externas, cuando hayan transcurrido épocas impensablemente largas. Por esto las penas del infierno se sienten como venidas desde fuera. Hasta para los hombres más sabios quedan cosas imposibles de conseguir, pero para Dios en Su amor, nada es imposible, esto lo podéis creer... (Gr VI 242, 14).
   La eternidad corresponde en cierto modo a la duración de tiempo del mundo material, pero más allá en el mundo espiritual «eternidad» significa lo que aquí significa «tiempo». Cuando Yo os hablo de la eternidad y de lo infinito, lo debéis entender en su justo sentido, pero no según vuestra inteligencia limitada. «Como Yo soy la vida eterna, no puedo haber creado seres para una muerte eterna. Un llamado castigo solamente puede ser un medio para alcanzar un fin primordial, pero nunca puede ser en si un fin contrapuesto, por tanto no se puede hablar de "un castigo eterno".» (VdH II 226, 7).
   «A causa de la creación material debe haber un juicio eterno, un fuego eterno y una "muerte" eterna. Pero esto no significa que el espíritu prisionero, por el juicio debe quedar aprisionado mientras dure este juicio, al igual como en la tierra prisioneros nunca están siendo condenados para un periodo tan largo como la existencia de la prisión.» (VdH II 226, 10).
   «¡Hombres de poca vista! ¡tontos! ¿Puede haber un padre que teniendo solamente algo de amor hacia sus hijos, condenaría a uno de ellos por haber cometido una falta contra su ley y lo echaría a la prisión para toda la vida y además le atormentaría diariamente mientras viviese? Si un padre humano no lo haría, que en el fondo es malo por ser hombre, entonces ¿cómo podría actuar así el Padre en el cielo, que es el Amor eterno y la Misericordia pura?» (Gr VI 243, 9).
   En los diferentes tomos de la Nueva Revelación se dan relatos de los destinos de almas de difuntos y acerca de su condición en el Más Allá. Pero siempre hay que tener en cuenta lo que se puede leer en la Nueva Revelación: «Todo lo que se explica es solamente un reflejo de la verdad, aunque sabiamente meditado». (Pr 97).    Lo espiritual solamente se puede explicar a través de parábolas.
   ... las condiciones espirituales son muy distintas de las condiciones en la tierra. (Gr VI 237, 3). «Te lo digo a ti y a todos vosotros: en el Más Allá todo es diferente a lo que os ha sido explicado en la Escritura.» (Gr V 272, 11). Sobre todo, hay que liberarse del prejuicio predicado por la Iglesia durante tanto tiempo, según el cual ciertos textos de la Biblia referente al infierno se deben entender literalmente. En la Nueva Revelación se dice: «Os demuestro (al pueblo, nota del autor) las consecuencias de la desobediencia contra Mi doctrina con palabras como "echar al fuego", "a la eterna oscuridad", lo que equivale a "reproches espiritualmente dolorosas" y "un corazón negligente"». También la palabra: «Apartaos de Mi, condenados», no debe tomarse literalmente. En la Nueva Revelación se explica: «Se preguntarán quién los ha condenado. ¡De cierto, Dios no! ¿Pero quién entonces? Nadie puede ser juzgado por otro, sino solamente por sí mismo. Un ser libre se puede "condenar" a sí mismo, o sea apartarse totalmente de Dios». (VdH I 29, 3 y 5).
   ¿Qué otra cosa puede decir el Amor eterno que: «Apartaos de Mí, vosotros que os habéis alejado de Mi, id a otra escuela de formación que está dispuesta para prepararos para una posible re-liberación». (VdH I 28, 8).


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© Texto: Kurt Eggenstein; © Edición informática; © by Gerd Gutemann G. Gutemann